Hace unos días nada más que se celebraron las conversaciones sobre las perspectivas de paz y esperanza para el futuro de los palestinos.
Pero para una generación de niños palestinos, las cosas sólo pueden empeorar.
En las calles de Gaza, aislada por el gobierno palestino y la mayoría del mundo, cada vez más niños son enviados a buscar trabajo.
Con un 70% de la población de Gaza viviendo por debajo del umbral de pobreza, los niños están siendo obligados a asumir el papel de sostén de sus necesitadas familias.
Las estadísticas muestran que el 7% de los niños en Palestina, donde el 52% de la población es menor de 18 años, están trabajando actualmente.
Un niño mecánico
Mohammad Nemir es un niño de 10 años que trabaja para un mecánico.
Dejó la escuela hace dos años y su trabajo en el taller no sólo ha cambiado sus sueños, sino también sus facciones. A pesar de su edad, Mohammad se encuentra con que es el único sustento para su familia de nueve miembros।Las pinzas y los destornilladores han sustituido a sus libros y juguetes, y así puede ganar unos 50 dólares al mes. Respecto al derecho natural de un niño a jugar con otros, Mohammad ya no puede disfrutarlo debido a su agotador trabajo. Y, sin embargo, no parece lamentar la vida que lleva.
“Dejé el colegio para ayudar a mis padres...No hay ningún otro que pueda sustentar a la familia y tengo seis hermanos...eligieron este trabajo para mí, y me gusta”, afirma.
La difícil situación de la madre
En busca de shekels, Rasha se pasa el día entre los coches y la gente, pidiendo a algunos y convenciendo a otros de que le compren algo para ella।Rasha está menos contenta con su situación.
“Vendo galletas, chicles o lo que sea...por eso no voy al colegio...no tenemos nada. Queremos comprar verdura para casa y medicinas para mi madre. Mi hermana tiene asma, así que tenemos que comprarle el respirador. Me gustaría ir al colegio y llevar uniforme como las demás niñas”, dice.
Hace cuatro años que Rasha y sus tres hermanos trabajan en la calle। Su padre abandonó la familia y su madre está enferma; quienes mantienen la familia son Rasha y sus hermanos y hermanas। La madre de Rasha afirma: “Me gustaría que mis hijos pudieran ir al colegio, pero no puedo mandarles a uno, ¿quién iba a mantenernos? Me vi obligada a enviarlos a la calle para que pudieran conseguir algún dinero। Estoy enferma y divorciada, y no tengo familia. No tengo a nadie, solo a Dios” . Estos son niños atrapados por la dureza de la vida, a los que se les ha arrancado su infancia y se les carga de responsabilidades que les agotan y dejan extenuados.
Y a pesar de todas las advertencias, no hay intentos serios de ayudar a estos niños y evitar el creciente fenómeno del trabajo infantil en Gaza.
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